Polo usaba las imágenes como una reproductibilidad de las ideas. Con una conjunción de imagen y narración dejaba en descubierto ese juego de la historieta sobre una historia verdadera. Plasmaba imágenes y las repetía una y otra vez demostrando una narración, una historieta, exhibiendo así una realidad. Unificaba, mediante una escena dramatizada, el texto en off con aquella entrevista principal, y así es como narraba esas historietas, “las pequeñas historias sobre pequeñas personas”. Aquí aparece lo que afirma Stuart Hall, que expone que, el signo televisivo esta compuesto por el discurso visual sumado al auditivo, lo que le da complejidad. Este asevera que el proceso de recepción y producción televisiva están relacionados ya que forman parte de una misma comunicación, como lo es la audiencia, siendo fuente y receptor.
El programa de Polo no tenía aura. Con esto intento explicar que lo que era visto por el televidente meramente reproducía una charla abierta y sincera entre el periodista y el entrevistado de una unicidad infranqueable y manifestación irrepetible. Por más que miremos los videos una y otra vez, la capacidad aurática solo la obtuvo el momento en que se grabó el crudo. Ya al momento de la edición, el aura se había perdido. Ni el productor ni la audiencia, podrán captarla. Solo Polo tenía el derecho y el poder de conseguir tamañas confesiones.
Al inicio, Polo, de campera negra, interpretaba a un tipo que habían echado del laburo y que se dedicaba a juntar historias. Él era un fanático de las historietas, y un arduo lector de policiales. De ahí provino esa estética propia. Porque Polo llevó situaciones, textos y gráfica; toda esa imaginación de lo policial a un formato completamente distinto como es el televisivo: Rompió así con todo lo que existía en cuanto al trato de lo suburbano, partiendo desde las fuentes. Polo era un hombre de la noche, pero no la noche de la farándula: el conocía muy bien la cultura nocturna. Aunque estamos hablando de los años 93, 94 y 95, es decir, los años fuertes de la fiesta del menemismo: Miami, pizza y champagne. Cuando la frivolidad estaba a flor de piel, Polo nadaba contra la corriente: por ese entonces se metía en los pasajes subfluviales, se codeaba con los "Titanes en el Ring" que estaban desaparecidos de los medios, con las prostitutas, y hasta con un personaje que buscaba oro entre la mierda de Buenos Aires: todo eso acentuado con la difusión desde el canal oficial, el viejo ATC intervenido por Gerardo Sofovich, cuestión más que paradójica. En cierta forma jugaba con esa osadía de sacarle una hora de programación a Sofovich, de robarle espacio a la hegemonía del poder de turno. Igualmente Polo no buscaba popularidad. Era el quien manejaba los costos del programa: Le pagaba de su bolsillo a sus colaboradores, aún sin haber arreglado contrato con el canal estatal, o en situaciones en que pudiera no conformarlos del todo, porque, en definitiva, era una suerte de patrón en un momento, ya que bancaba el proyecto con la productora que armó. Él en ningún momento dejó de hacer lo suyo para realizar cosas más "vendibles", al contrario; Los programas tienen una línea narrativa e ideológica muy coherente y loable. Siempre afirmó que la relación con ATC era inmejorable, o al menos mejorable económicamente, ya que si bien nadie chequeaba el programa antes de su salida, lo que le daba absoluta libertad a la producción, el dinero nunca alcanzaba.
Polo, a diferencia de lo que se practica en la actualidad, luchó siempre contra esa idea de que su programa trataba temas marginales o mostraba estigmas: “De alguna manera es un estigma que nos acompaña. Porque nosotros propiciamos eso: entrevistamos putas, linyeras, chorros, policías, ese tipo de cosas. Pero nunca fue la orientación del programa. Nunca pensamos en hacer un relevamiento del mundo marginal. Es un programa que cuenta situaciones de vida, que habla sobre las pasiones humanas. Me molesta porque me parece que se quedó fichada esa idea. Y me irrita a mí mismo que así sea”. Igualmente siempre va a estar instalada la idea de que Polo prevalecía a las personas sobre el producto, en las antípodas de lo que manifestaban los Mattelart, que consideraban que “la ideología de la sociedad de la información es la misma que la de mercado”, y que postulan la importancia de los objetos sobre las personas, llegando a considerar que las personas son parte de la existencia de los objetos y no que las personas sean los que digiten el funcionamiento de los mismos.
Durante el envío televisivo, existe una subordinación por parte del televidente. Polo sin demasiadas intervenciones lograba imponer una ideología (mecanismo que muchos envidiarían). Por el solo hecho de abrir las puertas hacia aquello que creemos desconocido pero que no es más que una mera representación de la realidad. El no intentaba hegemonizar al estigmatizado sino que deja que de este surja una reflexión, y así demostrar que, en un canal supuestamente vacío de presiones (y digo supuestamente porque no hay presiones comerciales, pero si políticas y de las peores) se puede exhibir un producto de calidad y objetividad con una verdadera independencia periodística.
En cuanto al culto, ese fue un factor que no se pudo manejar; A Polo le interesaba lo que hacia más allá de cuanta gente lo esté viendo. Lo hacia por el mero hecho de adentrarse en lo que el aura de cada situación vivida en particular le proporcionaba. La mentada “mirada de Fabián” se logró con el tiempo y no con un objetivo. No necesitó del poder de los medios hegemónicos para trascender, para poder mostrarse. De ninguna manera siguió la ideología imperante, aquella que fanfarroneaban los pseudo-trasgresores desde su lugar progre pero obediente. Convengamos en que no existe un autosustento de la hegemonía, esas ideologías subordinadas al poder dominante, sino que son los grupos de choque y los mismos obedientes las que lo legitiman. Polo logro rebatir a ese poder que penetra en los códigos y convenciones sociales y culturales haciendo que el lenguaje sea funcional comunicativamente, para de esa manera naturalizar las cosas y ejercer dominio sobre esas masas subordinadas, ese que mensaje no se da en un momento aleatorio, sino que esta producido, por lo que se torna difícil de ignorar, haciendo posible de esa manera una utopía: Hacer periodismo verdaderamente independiente (no como el que actualmente pregona el grupo Clarín) en el único canal de televisión de la capital de nuestro país que luego de la gestión militar no paso a manos privadas. A polo no le interesaba representar ideales de superestructura sino que su enfoque se inclinaba principalmente a hacer visibles, porque no, los diferentes ámbitos de la vida de la base de la escala social.
En “El visitante”, el segundo ciclo, cambio en cierto modo, la temática a la hora de encarar cada emisión. Si bien se continuó reflejando el “exterior”, “lo poco visto”, los programas no se basaban en una temática especial y luego se armaba esa historieta, sino lo que se elegía era un lugar determinado para desarrollar allí las entrevistas.
La última emisión de El visitante fue en el delta del Tigre. El destino, posteriormente quiso que esa sea la última morada de Fabián. Luego de un tiempo de exilio allí, tiempo de desintoxicación de la ciudad, desorientación incluida, idas y vueltas, pérdida notoria de cabello y un rostro desencajado que deambulaba sin rumbo, sin saber cual era el paso a seguir, Polo quedo resignado y desganado, solo, pensando que ya no podía cambiar la actitud, y que el pozo en el que lo había llevado la angustia era natural e irreversible, aquella postura que manifiesta que no hay nada por hacer, de que todo lo que sucede en la sociedad es así y no puede ser de otra manera (postura que claramente quieren sostener también los medios hegemónicos, probablemente codificada, una clara situación de desgaste luego de convivir con el hibridaje de culturas, habiendo visto demasiada barbarie oculta por los mismos medios complacientes y obedientes al poder de turno.
Un 3 de diciembre de 1996, tan paradójicamente que estremece, esa realidad que él tan bien supo mostrar a través de sus preguntas, su espléndida narración y el lente de su cámara, lo llevó a arrojarse a las vías del tren en la zona de Santos Lugares, dejando cientos de interrogantes y un magnífico legado periodístico. Es más terrible aun, saber que en uno de los tantos crudos que no salieron al aire, un maquinista de tren donde durante una entrevista hacia la confesión de que era ese el lugar más propicio para un suicidio. Fabián había decidido censurar esa parte ya que, según dijo, parecía un manual para el perfecto suicida.
La cobardía del acto es lo que muchos reprochan. Otros tantos extrañamos el modo de ver que él tenía y que se perdió en aquella tarde de diciembre, que como afirmo en algún relato, se pudo haber producido por haber visto demasiado y no poder dejar de pensar en ello.
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