La mirada Polosecki: Los programas
“Un día, no sé cómo, todos los jefes de redacción
se dieron cuenta al mismo tiempo de que podían
arreglarse sin mí. Ahora escribo historietas
absurdas sobre historias verdaderas.
No me va mucho mejor, pero se conoce gente".
Polo en Off, al comienzo de cada emisión de “El otro lado”
Fue junto a Roberto Petinatto con quien estuvo por primera vez a la pantalla, para hacer una sección de “Rebelde sin pausa”, en la que, bajo la lupa de Becerra, buscaba entrevistados en la calle dándole una impronta propia al personaje que presentaba. Ese entrevistador empezó a tomar vida propia fuera de los parámetros de investigador de novela negra que Becerra preveía y con fanatismo al género solicitaba. Eso derivó en la propuesta de abandonar la sección y encarar un proyecto de programa propio: el otro lado.
El otro lado y El visitante fueron, seguramente, los programas más influyentes de la televisión actual que se hayan producido durante la década del noventa. Fabián Polosecki cambió así la historia de la televisión, quizás como una prolongación de su militancia política que había tenido en
El formato del envío era simple: Polo hacía preguntas, y trataba de esa manera obtener pasajes interesantes de la vida de una persona. El buscaba, investigaba: el quería contar historias, y así conocía gente. El clima dado por su voz, por su mirada, por las palabras empleadas y, sobre todo, por el trato que les daba a sus entrevistados, contribuyeron a la evolución de ese formato brindado por el espectáculo mismo, creando una exposición y producción de la sociedad del momento. El otro lado duró dos años, saliendo los lunes a las 23 y fue incrementando su rating a medida que el boca en boca surtía efecto. (Igualmente, al respecto, Hall señalaba que la producción artística comienza con las creaciones que están al servicio del culto, indicando que importa mas su presencia y menos que sean vistas). El visitante, en cambio, duró 13 capítulos e iba por ATC los viernes a las 23, saliendo a partir de agosto de 1995.
Polo encontró en la televisión "una forma de expresión adecuada a sus posibilidades y a esa sensibilidad e inteligencia que poseía. Conseguía que los entrevistados contaran sus secretos mejor guardados, pero se comprometía demasiado con la gente. Se entregaba por completo y, al compartir el sufrimiento ajeno, se desgastaba. La indiferencia nunca fue uno de sus atributos" Guy Debord afirmaba que “El espectáculo es materialmente la "expresión de la separación y el alejamiento entre el hombre y el hombre", porque se emparenta con negación de la vida real. Polo mostrando sus historias se oponía, escapaba del espectáculo, de ese juego que proponía la frivolidad de los años noventa, ese autorretrato del poder de la época. No solo se oponía a lo que proponían sus principales colegas, sino a la opción elegida por un pueblo que se veía obnubilado por objetos importados y destinos glamorosos posibles de visitar. Una vida donde lujos eran accesibles, los presupuestos amplios y las imágenes cada vez más abundantes, donde el tener es fundamental, pero el aparentar es probablemente más importante, y es muy feo andar mostrando a las prostitutas, a los orates que deambulan, a ladrones, o a quienes no llegan a fin de mes. Polo se iba muy mal de ese tipo de entrevistas, pero posiblemente lograba sacarle una sonrisa al entrevistado. Actualmente los entrevistadores recurren al golpe bajo solo para mostrar una imagen, vender una caridad que termina cuando se suben al auto y alzan los vidrios polarizados.
Polo era una escuela en si mismo. Viendo los tapes, se aprende a entrevistar a la gente: esa idea de aprender a escuchar, y, a partir de esa escucha, interesarse y respetar lo que dice el otro. No esperar las verdades que uno quiere escuchar de alguien que tiene un discurso armado. El azar de la entrevista, el manejo de los tiempos son aspectos fundamentales del oficio de Polosecki como entrevistador, sumado al respeto y el trato especial hacia los entrevistados. Las notas que realizaba Polo eran una o dos horas de charla, previa investigación de los realizadores para editar ese crudo y que queden para salir al aire diez minutos, a diferencia de las notas pautadas que se hacen en un instante como ahora; El iba, hacía la nota y era toda una movida de doce horas diarias. Además lograba una intimidad envidiable, porque pareciera que los entrevistados sólo le hablaran a él, como si no hubiera nadie más registrando el testimonio, y había un equipo periodístico (que el mismo armo) junto a el la nota. Todo eso era fruto del trabajo serio y de ese respeto que imponía.
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